Desde la antigüedad, el interés por las enfermedades que afectaban al cráneo o la columna ha estado presente en las civilizaciones, lo cuál queda plasmado en el registro arqueológico. Así, es posible evidenciar, por ejemplo, en enterramientos del antiguo Egipto, cráneos con evidentes signos de haber sido sometidos a una trepanación, en los cuáles es puede constatar crecimiento óseo en los bordes de la misma. Esto es una prueba de que el sujeto efectivamente “sobrevivió” al procedimiento.
Sin embargo, estos procedimientos rudimentarios, por así decirlo, no pueden ser denominados “neurocirugía”, al menos en el concepto en el que la conocemos hoy. No es hasta entrado el siglo XX que no se procede a una sistematización de la especialidad y a una descripción básica de los procedimientos generales, como la craniotomía o los tumores cerebrales más frecuentes. Esto es posible gracias a la figura del Dr. Harvey Cushing, médico estadounidense conocido como el padre de la neurocirugía moderna.
Además de describir el síndrome que lleva su nombre (ocasionado por un tipo específico de tumor que crece en la glándula hipófisis) arrojó luz sobre un campo aún oscuro, describiendo y sistematizando las técnicas para las principales craniotomías, describió y llevó a cabo los primeros abordajes a través de la nariz para resecar tumores hipofisarios y realizó importantes trabajos sobre el tratamiento del trauma craneal.