Se trata de una técnica puntera y de reciente incorporación a los departamentos de cirugía espinal. Mediante ella, se aborda la columna lumbar o dorsal desde el lateral del paciente. Este es colocado de lado y, una vez más, a través de un sistema de dilatadores tubulares de diámetro progresivo, se diseca la región posterior y lateral del abdomen (retroperitoneo) hasta llegar al disco intervertebral en su cara lateral. El principal desafío a nivel técnico es la necesidad de atravesar el músculo psoas, lateral a la columna, entre cuyas fibras discurre una importante y delicada estructura neural conocida como plexo lumbosacro. Para evitar lesionar este plexo es necesaria la utilización de un control neurofisiológico que permite una monitorización y mapeo del sistema nervioso a este nivel. Ante una cercanía de algún nervio, el cirujano es avisado antes de que se haya producido un daño y, de esta manera, modifica la trayectoria de entrada hacia un acceso más seguro. Una vez extraído el disco intervertebral se coloca un implante en su lugar. Dicho implante se rellena con hueso artificial o del propio paciente con la finalidad de generar una fusión de ambas vértebras. Finalmente, el procedimiento puede ser complementado con la inserción, por vía posterior, de unos tornillos percutáneos para fijar las vértebras. En algunas ocasiones en el postoperatorio puede tener molestias en la ingle o en el muslo e incluso cierto grado de pérdida de fuerza, que en la mayoría de los casos es recuperado en pocas semanas.