El canal vertebral constituye el conducto que dejan entre sí las vértebras de la columna a través del cuál se alojan y viajan las estructuras neurológicas (la médula en su parte superior, y las raíces nerviosas en su parte más inferior) hasta que abandonan el sistema nervioso central para dirigirse a los músculos y la piel que inervan.
Dicho canal está delimitado por estructuras óseas correspondientes a diversas partes de la anatomía de cada vértebra (pedículos, láminas, cuerpo vertebral…) y, a su vez, se encuentra “tapizado” por estructuras blandas, fundamentalmente ligamentos. La suma de estas estructuras óseas y blandas delimitan un diámetro para el mencionado canal. En condiciones normales, este diámetro debe permitir un adecuado espacio para los elementos nerviosos en su interior. De esta manera, los mismos se encuentran relajados, flotando en líquido cefalorraquídeo, y recibiendo un apropiado aporte sanguíneo con nutrientes y oxígeno. Todo esto asegura el correcto funcionamiento de las células nerviosas (neuronas).
Llamamos “estenosis de canal” a la reducción del diámetro de este conducto hasta tal punto que los elementos nerviosos en su interior quedan colapsados, sometidos a una presión excesiva que impide una adecuada llegada del flujo sanguíneo y, por tanto, de los nutrientes para las células. Ello deriva en un funcionamiento inadecuado.
Son diversas las causas que pueden conducir a un estrechamiento del canal vertebral. Por un lado, determinados individuos pueden tener “de por sí” un canal constitucionalmente estrecho en comparación con el resto de la población. Estas personas estarían genéticamente predispuestas a padecer estenosis con la edad. Por otro, los procesos degenerativos de los que se ha hablado tienen también el efecto de hipertrofiar los ligamentos que tapizan el canal. Es decir, mediante diversos mecanismos como la edad, los microtraumatismos, los trabajos que fuercen la columna, tóxicos como el tabaco, etc… se produce una degeneración que conduce a que los ligamentos del canal vertebral se vuelvan más gruesos, reduciendo así el calibre del conducto por donde viajan los nervios.
Los síntomas característicos de los pacientes que padecen estenosis de canal son dolor lumbar que se irradia a ambas piernas. El territorio de las piernas que duele puede variar con el nivel vertebral de la estenosis. Típicamente, los síntomas se desencadenan al caminar, dado que en estas circunstancias aumenta la necesidad de nutrientes de las células nerviosas, y los pacientes comentan que necesitan pararse a decansar tras varios metros caminando porque sienten dolor, pesadez y hormigueo en las piernas que no pueden soportar y que se alivia al parar por unos minutos. La distancia caminada a la cuál estos síntomas aparecen y la persona tiene que pararse a descansar varían en función de la severidad: a mayor intensidad de la estenosis, menor distancia caminada.
El tratamiento, como siempre, comienza por medidas conservadoras, como medicación, cambios en los hábitos de vida, pérdida de peso, fisioterapia, etc… Cuando estas medidas han fracasado, siempre en última instancia, la cirugía puede ser una solución.
El tratamiento quirúrgico de la estenosis de canal consiste en aumentar el diámetro del mencionado conducto. Para ello, el cirujano debe sustraer los elementos óseos de la vértebra (laminas) y blandos (ligamentos) que están provocando la estrechez. Son diversas las vías quirúrgicas por las cuáles este objetivo puede ser logrado.
Clásicamente, la cirugía lumbar abierta (laminectomía) ha sido la técnica típicamente utilizada. Mediante una incisión “a cielo abierto” es posible eliminar el hueso y ligamento y ampliar el calibre del canal.
En los últimos años, ha venido tomando relevancia la utilización de técnicas mínimamente invasivas para esta patología. En concreto la laminectomía tubular mínimamente invasiva (Unilateral laminotomy for bilateral decompression) permite, mediante la utilización de retractores tubulares, conseguir una descompresión similar a la que se consigue mediante técnicas clásicas, a través de incisiones de apenas 2 cm de longitud. Las ventajas de esta técnica radican en que no eliminan partes “claves” de la vértebra como las apófisis espinosas o los procesos articulares, y ello ayuda a conservar la estabilidad. Esto, a su vez, reduce la necesidad de colocar tornillos para fijar la columna durante el procedimiento. Además, permite llevar a cabo la intervención provocando un menor daño sobre la piel y la musculatura, lo cuál favorece una más rápida recuperación funcional, un menor dolor postoperatorio y una menor pérdida de sangre durante el procedimiento, además de otras ventajas.
Para terminar, tan sólo en algunos casos seleccionados, la estrechez del canal vertebral puede verse asociada a una “inestabilidad” del segmento vertebral problema. En estas circunstancias, el rango de movimiento de las vértebras es mayor del fisiológico, lo cuál provoca dolor. Ello hace necesario complementar el tratamiento quirúrgico mediante una fijación con tornillos. No obstante, la mayoría de los pacientes pueden ver aliviados sus síntomas sin necesidad de dicha fijación.